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Con una ingesta moderada en la sangre, la adrenalina refuerza el sistema inmunológico, da un impulso de energía y mejora el estado de ánimo, pero sobrepasar la norma conduce al efecto contrario: somnolencia, pérdida de energía, depresión, apatía, pérdida brusca de peso, deterioro de la función renal y problemas cardíacos. Esta es la razón por la que los extremistas, que dependen fisiológicamente de la adrenalina, necesitan cada vez más «dosis fuertes» que les devuelvan la sensación de euforia.