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La necesidad de emociones va de la mano de una adicción a la adrenalina. En general, esta hormona «dispara» el ritmo del corazón. Por eso, en caso de infarto, se inyecta adrenalina (epinefrina) directamente en el corazón. La liberan las glándulas suprarrenales en el momento de peligro y desempeña una función movilizadora, es decir, «vigoriza» el SNC para dar fuerzas para luchar contra la amenaza. La adrenalina no sólo acelera los latidos del corazón, sino que también eleva la tensión arterial y los niveles de azúcar en sangre. La hormona se produce no sólo en el momento de peligro, sino también durante el ejercicio.